lunes, 11 de febrero de 2013

Resultó que existía un comienzo.

Había una vez una loca.
Y así comienza la historia, la que algún día tendría que contar para poder explicar varios porqués, maldita manía que tengo de explicar y dar razones a todo lo que hago y dejo de hacer.

Se  levantó medio cruzada hace 6 años, cuando sus dulce quinces se asomaban por la ventana, cerrada para evitar  que los rayos de luz la despertaran, todavía la tonta no sabía que era un de las mejores formas de comenzar el día. 
Medianamente dentro de una vida estructurada y rutinaria, en la  que ella sentía que todo marchaba bien, se levanta de la cama, con la sonrisa un poco chueca y ganas de hacer pis. 
Pasaron algunas horas y cuando llega la  hora de ir a hacer lo suyo, sale. 
Se va a bailar como todos los miércoles,  la espera un flamante piso que ella desearía que fuera de madera. 
Play en el estereo, vuela por tres horas y vuelve a casa. Así se repite al día siguiente y al otro.
La dulce espera de una semana para volver a sentirse ella. 
Pasan tres años. Y al irse creyó que esa magia la seguiría adonde fuera. Pero parece que estaba muy confuso el camino. Tardo 2 años en volverla a encontrar. 
Nunca es tarde. La loca volvió a volar. 
Y comprendió aquello que siempre repitió insulsamente, encontró su significado. 

Bailando la vida, porque así es como debe ser, sin detenerse aunque la música lo haga, la verdadera melodía no se escucha, se siente.