lunes, 26 de noviembre de 2012

Para los cobardes.

Alguien una vez me dijo que ser valientes era un juego para pocos.
Ponerse la armadura y chocarse con el mundo, o tomar una actitud frontal, no es para cualquiera. ¿No es para cualquiera?
Si tanto cuestionamos a los libros, a los historiadores... porque no creer que el guerrero era alguien sin preparación, que simplemente de un segundo a otro decidió cambiar el rumbo de su vida?
No se nace con la aptitud de ser valiente o no, se busca, se persigue y se obtiene.
Y después de tanto pensar, nos damos cuenta que estamos frente al enemigo número uno, el pensamiento.
El valiente no piensa, se arriesga, por un instinto deja que todo lo demás pase a otro plano y se las juega. Clarísimo es el error de los que nos quedamos sentados como boludos, mirando como el de al lado choca las copas sin miedo a romperlas, y nosotros sacando los cálculos de que podría o no pasar, cuantas podríamos romper y a quién podríamos o no lastimar. A fin de cuentas, no lo hacemos, ocupamos el tiempo analizando en vez de probar.
Que fácil sería si por un instante no tuviéramos forma de conocer las opciones, o creernos capaces de reconocerlas. Que insistencia con el mañana, con el "que será", "qué pasará".
Para asustarnos somos muchos, tener ganas la mayoría, y para valientes estamos todos. Solo hace falta dejar de buscar la armadura y saber que no hay mejor arma que el aquí y el ahora.

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