domingo, 31 de enero de 2016

Yo, perdón, ella.

Recién comienza la noche, se sienta con su taza de té raro para compartirlo con el silencio. Un silencio imperceptible, porque en realidad, en su cabeza se cuentan muchas historias al mismo tiempo. Ella sólo ríe, dejando que una de esas tantas, se marque en el teclado y se vuelva tangible cuando alguien la lea y comience a imaginar. 
Imaginar. 
Que fantástica la rutina del que imagina ¿No? Sin límites, sin puntos finales obligatorios. Y que difícil sacarse la costumbre de hacerlo cuando ya le agarras el gustito. 
Lo piensa, entre tantas locas ideas y se vuelve a sonreír. Ella sabe que prefiere ser de los que apoyan los pies en al tierra para bailar, y no para quedarse estancados. ¿Se puede imaginar siendo realista?
Si. ¿Si? 
Yo, perdón, ella, quiere creer que si. 

 

1 comentario:

Manuel G dijo...

Lo bueno es siempre creer en algo. El que tiene cabras puede creer en ellas porque sabe que estarán ahí, monte arriba monte abajo, pastando todo el tiempo y nunca le fallarán. El que no tiene cabras las anhela y piensa en las bestias que arrastran su espíritu por el asfalto si haber sabido jamás si iban o venían. Lo comenté con mi nieta y ella estaba de acuerdo.