miércoles, 3 de junio de 2015

Esa es mi pared

Sentada en mi silencio, me mirás con desencuentro, sorprendido de encontrarte frente a una tranquilidad que no sabias, yo era dueña. 
Pestañeo, vení sentate y dejame encender los ojos de nuevo, después de eso podés seguir mirandome de reojo. Pero escuchá conmigo lo que estoy mirando. Si, la mancha esa de la pared. ¿Qué habrá sido? Pudo ser el mosquito que se despidió del verano en mi cuerpo, o el espejo que se muda según lo que tenga que reflejar, tal vez alguna búsqueda inentendible de mi mascota, o porque no, las huellas de algún encendido recuerdo. 
Respirás profundo y me hacés mirarte. ¿Puedo apoyar mi cabeza en tu hombro? No, mejor no. Me estas robando el ambiente. Te miro de nuevo, mirás el techo. Creo que entendiste. 
¿Y ahora que mira? No hay nada en el techo, ni manchas. Una lampara, apagada. No hay nada que genere menos inspiración que eso. Que genial sería poder prenderla con el poder de mi mente. Ver su cara en ese momento en que se prende de repente, y se asusta, y yo me tiento por dentro, y sonrío disimuladamente, sabiendo que en el fondo fuiste victima de algo, sin saberlo. 
Basta, me volviste a robar el espacio, este es mi pensamiento vacío. mi pared manchada, mi techo aburrido. Es mi silencio, mi búsqueda de conclusiones inconclusas, mi momento para confundirme o revelar los amaneceres que se me plazcan, mi escondite. 
Todavía no se porque te deje pasar, es más, ni porque te invité, aunque, ahora que recuerdo, no hubo cartas de bienvenida, ni posibles invitaciones indirectas. La despistada, que por mirarte dejó la puerta abierta, fui yo. 

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